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El origen de la comunidad

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A Norte del monasteiro de Bose
... iglesia románica de San Secondo...

El deseo y la necesidad de vivir radicalmente la expectativa de las promesas del Reino condujo al fundador de la comunidad, Enzo Bianchi - siendo aún estudiante de Economía y Comercio de la Universidad de Turín -, a reunir regularmente, a partir de 1963, en su apartamento en la Calle Piave, n.º 8 de Turín, un pequeño grupo de jóvenes católicos, valdenses y baptistas. 

Empezaron a reunirse semanalmente para leer juntos las Escrituras, rezar todas las tardes la Liturgia de las horas y a compartir - como grupo conectado a la domus de la asociación Pro Civitate Christiana - la celebración eucarística doméstica, con una conciencia clara de que solo siendo pobres y pequeños, en la escucha y en el compartir, podrían ser el “pequeño rebaño” destinatario de las promesas del Señor. Y en tal contexto, algunos miembros del grupo empezaron a madurar la idea de una vocación de vida comunitaria en el celibato. Para ello, Fr. Enzo decidió  buscar un lugar retirado, fuera de Turín, que pudiera ser un lugar de referencia para todos y que sirviera al inicio de una vida fraterna. Después de encontrar y alquilar una pobre casa en Bose, localidad de Magnano, en una vertiene de la sierra morena entre Ivrea y Biella, el grupo de amigos realizó un campamento de trabajo para devolver la dignidad a la hermosa iglesia románica de San Secondo, localizada cerca de la granja o “cascina” de Bose.

lago de Viverone, Noviembre de 2006
lago de Viverone, Noviembre de 2006

En realidad, esa fue la última actividad en común del grupo turinense pues, cuando fr. Enzo decidió establecerse permanentemente en una pobre habitación (en aquella época, Bose era aún un lugar muy aislado, sin electricidad, sin drenajes higiénicos y agua corriente), se quedó sólo. Algún compañero del grupo inicial siguió visitándolo mientras otros rostros nuevos empezaron a llegar en busca de una vida retirada y de un lugar de oración. Sin embargo, el resultado fue que, después de transferirse a Bose, el 8 de Diciembre de 1965, día de la clausura del Concílio Vaticano II, fr. Enzo probó tres años de casi completa solitud. Fueron años muy ricos, dedicados a la oración y a la acogida de cuantos venían a Bose en busca de un momento de silencio y de escucha de la Palabra; a profundizar su propia vocación, a través  de visitas o períodos más largos de permanencia en monasterios católicos (como los trapistas de Tamié), ortodoxos (en el Monte Athos) y reformados (en Taizé, comunidad entonces compuesta exclusivamente de reformados); a encuentros y al cultivo de la amistad con figuras de gran temple espiritual, come el padre Michele Pellegrino, arzobispo de Turín, y el inolvidable patriarca de Costantinopla, Athenagoras. Al peso de la soledad, se unió prontamente la incomprensión del obispo local, que el  7 de Noviembre de 1967 prohibió cualquier celebración litúrgica pública en Bose, a causa, sobretodo, de la presencia frecuente de huéspedes no católicos.

El cardenal arzobispo de Turín, Michele Pellegrino
El cardenal arzobispo de Turín, Michele Pellegrino

A esta medida, así como a la permanente solitud, dedicó una total obediencia, aunque en gran sufrimiento, con la convicción de que aquella semilla de vida solo tenía sentido creciendo dentro de la iglesia. Fue el padre Pellegrino quien hizo remover la prohibición, subiendo a Magnano el 29 de Junio de 1968 para un encuentro sobre el tema “El primado de Pedro” y celebrando él mismo allí la Eucaristía con todos los presentes en Bose.

Algunos meses después, en Octubre de 1968, terminó la larga vigilia: dos jóvenes católicos (Domenico Ciardi y Maritè Calloni) y un pastor reformado suizo (Daniel Attinger) decidieron unirse a fr. Enzo para iniciar una vida comunitaria, junto con una hermana de la comunidad reformada de Grandchamp, a petición de fr. Enzo a la prioresa de la comunidad, sor Minke De Vries.

Así escribió el 1° de Enero de 1970 el padre Ernesto Balducci, en su Diario dell’esodo:

"En una colina cercana a Biella, un grupo de cristianos de diversas confesiones ocupa, hace dos años, las pocas casitas vacías a causa de la inmigración de los habitantes hacia la ciudad. Le llamo “casas” por decirlo de alguna manera: el viento sopla entre las grietas y la neblina las cubre hasta casi esconderlas y borrarlas. Ni siquiera tienen electricidad: apenas la paradójica fe de estos amigos que se han propuesto a preparar, en total pobreza, el cristianismo del mañana”.