Invoca el Espíritu Santo

BRUNO MARTINAZZI, Epiclesis,1999 - marmol blanco de Carrara - cm 70x127x60
...haz la epíclesis, la invocación del Espíritu...

Toma la Biblia, colócala delante de ti con reverencia porque es el Cuerpo de Cristo, haz la epíclesis, la invocación del Espíritu. Y el Espíritu que presidió a la gestación de la Palabra, es Él que la hizo hablar y escribir a través de los profetas, los sabios, Jesús, los apóstoles, los evangelistas, es Él que la dio a la Iglesia y la hizo viajar intacta hasta ti.

Inspirada por el Espíritu Santo, sólo el Espíritu Santo la hace comprensible (cf. Dei Verbum 12). Dispone todo para que el Espíritu descienda (Veni, Creator Spiritus!) sobre ti y con su fuerza, su dynamis, retire el velo que cubre tus ojos y puedas ver el Señor (Salmo 119,18 y 2 Cor 3,12-16). La letra mata pero el Espíritu vivifica! Aquel mismo Espíritu que descendió sobre la virgen María, cubriéndola con su sombra y generando en ella el Lógos, la Palabra hecha carne (Lc 1,34); aquel mismo Espíritu que, bajando sobre los apóstoles, les concedió llegar a la verdad plena (Jn 16,13) debe hacer lo mismo en ti: en ti generará la Palabra, te hará partícipe de la verdad total.
Lectura espiritual significa lectura en el Espíritu Santo y con el Espíritu Santo de las cosas inspiradas por el Espíritu Santo.

Espéralo, porque tarda pero se realizará (Hab 2,3). No tengas dudas de la palabra de Jesús: «Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más el Padre concederá el Espíritu Santo a aquellos que se lo piden!» (Lc 11,13). Oirás dentro de ti su palabra eficaz: «Effatà! Ábrete!» (Mc 7,34) y ya no te sentirás solo sino acompañado delante del texto bíblico: como el etíope que leía Isaías pero no entendía hasta que se le acercó Felipe que, habiendo recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, le abrió el texto y le cambió el corazón (cf. Hch 8,26-38), como los discípulos a los cuales el Señor resucitado les abrió la mente a la comprensión de las Escrituras (Lc 24,45). Sin la epíclesis, la lectio divina es apenas un ejercicio humano, un esfuerzo intelectual, al máximo es un aprendizaje de sabiduría pero no de sabiduría divina: pero si uno no discierne el cuerpo de Cristo lee a sí mismo la propia condenación (cf. 1 Cor 11,29). Reza tal como eres capaz, como el Señor te lo concede, o entonces, reza con estas palabras: «Dios nuestro, Padre de la luz, Tu enviaste al mundo tu Palabra, sabiduría que salió de tu boca, que domina sobre todos los pueblos de la tierra (Eclo 24,6-8). Tu quisiste que habitara en Israel y que, a través de Moisés, los profetas y los salmos (Lc 24,44) manifestara tu voluntad y hablara a tu pueblo acerca del Mesías, Jesús. Por fin, quisiste que tu propio Hijo, Palabra eterna junto a Tí, se hiciera carne y montara su tienda en medio de nosotros (Jn 1,1-14) como nacido de María y concebido por el Espíritu Santo (Lc 1,35). Envía, ahora, sobre mí tu Espíritu Santo para que me conceda un corazón capaz de escuchar (1 Re 3,5), me permita encontrarlo en estas santas Escrituras y generar el Verbo en mí. Que tu Espíritu Santo retire el velo de mis ojos (2 Cor 3,12-16), me conduzca a la verdad plena (Jn 16,13), me conceda inteligencia y perseverancia. Te lo pido por Cristo, nuestro Señor, bendito por los siglos de los siglos. Amén!».

Auxíliate sobre todo, en este momento preliminar de oración, con el Salmo 119, el salmo de la escucha de la Palabra. Es el salmo de la lectio divina, el coloquio de los amantes, del creyente con su Señor.

ENZO BIANCHI, Pregare la Parola. Introduzione alla «lectio divina»,
Piero Gribaudi Editore, Torino, 1990, pp. 94-96