Medita...!

Íconos de Bose - Amigos del Señor - estile itálico - sinopía en tabla telada y yesada
...por lo tanto, es necesario, el esfuerzo, la voluntad, porque la lectura debe convertirse en una reflexión atenta y profunda...

Qué cosa significa meditar? No es fácil decirlo. Ciertamente significa, en primer lugar, profundizar el mensaje leído que Dios te quiere comunicar. Por lo tanto, es necesario, el esfuerzo, la voluntad, porque la lectura debe convertirse en una reflexión atenta y profunda. Es verdad que, en otros tiempos, aprendiendo la Biblia de memoria, el cristiano tenía mayor facilidad de reflexionar repitiendo en su corazón la Palabra oída o leída.

Sin embargo, aún hoy tu debes consagrarte a la reflexión según tu capacidad, tu cultura y los medios intelectuales a tu alcance. Es verdad que permanece válido el principio: «No la erudición sino la unción, no la ciencia sino la consciencia, no la carta sino la caridad»; sin embargo, no te es lícito practicar una escucha indisciplinada y ocasional, sin el rigor requerido a una búsqueda seria y sin el uso de los instrumentos útiles y necesarios a tu comprensión. Si puedes, recurre a los comentarios de los Padres de la iglesia sobre los diferentes libros de la Escrituras que hoy día están traducidos y son fácilmente asequibles, a las concordancias, de modo a comentar la Biblia con la Biblia, a estudios exegéticos o comentarios espirituales.

Pero ten siempre cuidado a la calidad de las cosas que lees porque muchas obras tiene pretensiones de seriedad y espiritualidad y no son más que opiniones personales o delirios estáticos que no obedecen al texto divino y a la tradición; desconfía sobre todo de aquellos comentarios que se presentan como «reapropiación de la Palabra», pero que, en verdad, esclavizan la Palabra; incluso los comentarios espirituales al leccionario litúrgico deben ser escogidos con muchas atención porque muchos presentan sugerencias extemporales, están redactados artificialmente con poca o ninguna relación con los textos y contienen más palabras del autor que Palabra de Dios. «La escucha no es una recepción pasiva de un determinado texto, sino también es un esfuerzo de parte del cristiano de penetrar más hondo en el sentido inagotable de la Palabra divina en relación al propio grado de completitud y a la tenacidad en la aplicación», decía Orígenes. Todos estos medios exegéticos, patrísticos, espirituales son ciertamente útiles a la  meditatio y al crecimiento de la comprensión; sin embargo, lo más importante en la lectio divina es el esfuerzo personal, no individualista, claramente más fecundo si lo acompaña una experiencia comunitaria o de fraternidad o de grupo, verdaderos lugares del discipulado de la Palabra, en el cual no solo se lee juntos sino que se experimenta y se vive juntos la Palabra. Este esfuerzo personal debe tender a la búsqueda de la línea espiritual del texto: no a la frase que “dice” más, sino al mensaje central, que se relaciona más profundamente con el evento de la muerte-resurrección del Señor.

Por lo tanto, recoge el sentido espiritual, da continuidad y unidad a exégesis, subsidios patrísticos y lectura de la Biblia con la Biblia y busca lo que el Señor te dice. No pienses en encontrar lo que ya sabes: esto es presunción! Ni tampoco lo que te gustaría encontrar en tu situación: esto es subjetivismo! El texto no siempre es comprensible por entero y de inmediato! Ten la humildad de reconocer que, a veces, entiendes poco o incluso nada: lo entenderás después. También esto es obediencia y si tu aún necesitas leche, claro que no puedes soportar alimento sólido (cf. 1 Cor 3,2; Hb 5,12). En este momento, si hay ya alguna comprensión, rumia las palabras en tu corazón (la ruminatio de los Padres) y, después, aplícalas a ti mismo, a tu situación sin perderte en el psicologismo, en la introspección que termina haciendo un examen de consciencia. Es Dios quien te habla: tu contémplalo a Él, no a ti mismo! No te dejes paralizar por una análisis escrupulosa de tus límites y de tus deficiencias delante a las exigencias divinas que la Palabra te ha mostrado. Es cierto que la Palabra es también un juicio, pues discierne tu corazón, te convence de tu pecado, te recuerda que Dios es mayor que tu consciencia (cf. 1 Jn 3,20) pero cuando Dios te traspasa el corazón lo hace siempre con verdad y misericordia.

Sorpréndete más bien de que Él hable a tu corazón, del alimento que te ofrece más o menos abundante pero siempre saludable, sorpréndete que la Palabra sea depositada en tu corazón y que tu no tengas que subir al cielo o bajar al fondo del mar para conocerla (cf. Dt 30,11-14). Déjate atraer por la Palabra que te transforma en imagen del Hijo de Dios sin que tu sepas cómo. La Palabra que recibiste es vida, alegría, paz, salvación para ti! Dios te habla, tu debes escucharlo asombrado como los hebreos del éxodo que lo veían operar maravillas, como María que canta: “El Señor hace en mí maravillas, su nombre es Santo!» (Lc 1;49). Dios se te revela: acoge su Nombre inefable, su rostro de Amante: te encuentras en el espacio de la fe! Dios te amaestra: modela tu vida según la de Su Hijo. Dios se entrega a ti, se entrega en su Palabra: acógelo como un niño y entra en comunión con Él. Dios te besa con un beso santo: es la boda del Amado y la Amada; celebra, entonces, en tu corazón Su amor que es más fuerte que la muerte, más fuerte que el sheol, más fuerte que tus pecados. Dios te genera como lógos, verbo-palabra, como hijo: acepta ser dado a luz para ser el Hijo de Dios. La meditación, la ruminatio te debe llevar a esto mismo: ser Morada del Padre, del Hijo, del Espíritu!
Tu corazón es el locus liturgicus (lugar litúrgico) y tu entera persona es el templo, es realidad divino-humana, teándrica.

ENZO BIANCHI, Pregare la Parola. Introduzione alla «lectio divina»,
Piero Gribaudi Editore, Torino, 1990, pp. 98-101